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miércoles, 27 de junio de 2012

Separación

Los expertos en conducta humana, sicólogos y siquiatras, coinciden en advertir que cualquier divorcio, aunque no se lo quiera admitir, resulta difícil y doloroso para los dos miembros de la pareja, sin importar quién lo pide y por qué lo hace.

En ese orden, y sobre la base de estudios, se concluye que aún para la persona que pide el divorcio, porque ha sido víctima de infidelidad, violencia física o emocional, es un proceso que deja huellas profundas.

Pero, ¿qué pasa si el matrimonio que se diluye por la causa que sea, debido a una contigencia obligatoria, era bueno y estable? Los que saben dicen que en este caso es todavía más difícil, porque los buenos recuerdos superan a los malos, y porque la reacción de la familia y de los amigos es de incredulidad. Eso origina que algunos ni siquiera deseen brindar algún apoyo.

Los sicólogos dicen que un divorcio afecta todas las áreas de la vida de la persona, tanto hombre como mujer, aunque al final el resultado le haya sido favorable para mejorar su nivel y calidad de vida a alguien que sufría mucho. Como reza un dicho popular: “hay de todo en la viña del Señor”.

Pero, más allá de las consideraciones y debates sobre esta temática del cual muchos consideran que saben mucho, creo que el análisis del asunto se debería apuntar como una problemática social aguda, ya que existen estadísticas que muestran una alta tasa de divorcios en Bolivia, particularmente en el eje central: La Paz, Cochabamba y Santa Cruz.

El asunto que nos debe conducir a la reflexión es el hecho de que el matrimonio, catalogado como constitución de la familia, sufre deterioros por infidelidades, irresponsabilidades, incomprensiones, violencia intrafamiliar y muchos casos más.

Realmente, vale la pena hacer un alto y analizar este tema.

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