El divorcio es el fin legal de un vínculo matrimonial, pero este fin implica también la ruptura física, emocional y psicológica que se tenía con alguien. Significa una pérdida afectiva, por lo que se entra automáticamente en un proceso de duelo, que como ya se ha hablado anteriormente no es fácil, pero es posible enfrentarlo si la persona se llena de voluntad y de paciencia, porque como todo proceso de duelo el adaptarse a esa nueva situación conlleva tiempo.
Sentirse desalentado es normal, tener pensamientos de tristeza y melancolía también. Éstas son reacciones normales ante la pérdida de algo significativo en nuestras vidas.
Cuando la ruptura matrimonial afecta a los hijos, padres y hermanos, el proceso de duelo es mucho más complejo y puede pasar de un proceso normal a un proceso patológico, en el que se puede cometer el error de no pensar bien las cosas y, por tratar de evitar un sufrimiento a los seres que se ama, hacer lo contrario.
Después de un divorcio es muy difícil para muchas ex parejas poder llevar una relación saludable entre ellos. Sin embargo, esto es de suma importancia sobre todo si hay hijos de por medio. Por lo mismo, es necesario que sean los padres los que resuelvan tanto los problemas de sus hijos como sus necesidades individuales, dialogando específicamente entre ellos y no involucrando a los hijos: ya sea de mediadores o de mensajeros, porque esta triangulación (pelea de dos, en las que media un tercero que se siente atrapado por la situación) podría tener consecuencias nocivas en el desarrollo emocional de los hijos.
En estas situaciones, los hijos sienten que de alguna manera están obligados a elegir a uno de sus progenitores, convirtiéndose en su aliado. En este proceso de elección de uno por encima del otro, emocionalmente están perdiendo al progenitor que no han elegido, y son este tipo de pérdidas las que pueden llevar a los hijos a tener largos períodos de tristeza en el futuro, denominados en el campo de la psicología como distimia y depresión.
También están los casos en los que, por no poder hablar con la pareja o la expareja, se manda a los hijos a pedir, por ejemplo, dinero, lo que les obliga a enfrentarse con posibles decepciones al no recibir nada. O a enfrentarse con palabras ofensivas, dolorosas o hasta denigrantes hacia la madre o el padre que ha puesto de mensajero al hijo "esa tu mamá, lo único que le importa es el dinero, dile que ya no le voy a dar más…”.
Existen casos más conflictivos, sobre todo en los divorcios, cuando se le pide directamente a los hijos de manera amenazante que elija entre uno de ellos "si escoges a tu mamá, ya no me vas a volver a ver...”.
Aunque sea difícil, es aconsejable abrir un camino de diálogo con la expareja, un diálogo maduro y consensuado por el bienestar de los hijos. Acostumbrarse a tratar específicamente todos los temas delicados e importantes entre adultos y dejar fuera a los hijos de las peleas de los padres.
También es importante no mezclar los temas de pareja, como la rabia por saberse abandonado o un desacuerdo en separarse porque aún se ama al otro, con los relacionados a los hijos; esto a su vez implica madurez de los exesposos para no tomar represalias en contra de la expareja, que afecta directamente a los hijos. Se deben evitar sentencias como: "a tu papá ya no le importas porque anda con otra”.
De ahí la importancia de dar el primer paso, concretar una charla en la cual ambos expongan sus argumentos y llegar a acuerdos razonables, para así evitar que nuestros hijos sufran y sean los encargados de solucionar nuestros problemas de adultos.
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Sentirse desalentado es normal y tener pensamientos de tristeza y melancolía también.
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